Víctor Hugo, Víctor Julio y Víctor Rolando: La historia de los trillizos Contreras Andrade

En 1987 nacieron trillizos en la Clínica Central de Santo Domingo; hoy, cada uno sigue su camino, unidos por recuerdos compartidos.

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Víctor Hugo, Víctor Julio y Víctor Rolando: La historia de los trillizos Contreras Andrade
Los hermanos se han caracterizado por ser unidos.
Víctor Hugo, Víctor Julio y Víctor Rolando: La historia de los trillizos Contreras Andrade
Los hermanos se han caracterizado por ser unidos.

Ligia Elena Mendoza Z.

Redacción ED.

Ligia Elena Mendoza Z.

Redacción ED.

Licenciada en Ciencias de la Comunicación, especialidad Periodismo, en la Universidad Laica Eloy Al... Ver más

lmendoza@diariocentro.ec

En 1987, en la Clínica Central de Santo Domingo, una cesárea cambió la vida de la familia Contreras Andrade. La madre, viuda y con otros tres hijos, recibió a tres nuevos integrantes: Víctor Julio, Víctor Hugo y Víctor Rolando. Idénticos en apariencia, diferentes en esencia, pero inseparables en el día a día.

Tres vidas en un mismo parto

Desde ese momento, las vidas de los tres se entrelazaron en un destino común, uno que los distinguiría del resto, aunque para ellos era simplemente su realidad. «Cuando salíamos y la gente se admiraba o sorprendía al vernos juntos, me hacía darme cuenta de que era trillizo», recuerda Víctor Julio, el periodista de los tres. Para ellos, estar juntos era tan natural que la extrañeza de los demás era el verdadero recordatorio de su singularidad.

Víctor Hugo, el diseñador gráfico del ‘clan’, describe esa experiencia como «algo inmersivo, algo que se abraza en un mundo de tres». Desde pequeños, entendieron que su mundo funcionaba de a tres: si uno de ellos era desobediente, los otros dos sentían la necesidad de protegerlo. La lealtad era una ley no escrita. Víctor Rolando, quien escogió el camino del sacerdocio, recuerda que las miradas de aprecio de la gente los hacían sentir «valorados», una sensación única que los acompañó desde la infancia.   

En casa, la forma de diferenciarse era sencilla. Sus padres y hermanas siempre los llamaban por su segundo nombre. «Únicamente nos llamaban por nuestro segundo nombre, nada más», dice Víctor Julio. También había una sutil, pero efectiva, costumbre en las fotos: Víctor Julio siempre en el medio. Era un hábito que todos conocían y que ayudaba a la familia a saber quién era quién.

Los trillizos y una infancia compartida

Crecer en una familia numerosa, con una madre luchadora, les enseñó la importancia de la unidad. Las carencias económicas no fueron un obstáculo, sino una oportunidad para aprender a compartir. «Mi mamá nos daba un poquito de un dulce, nos decía que coma calladito, que era un secreto…», recuerda Víctor Hugo, «pero nosotros, los tres en eso sí éramos desobedientes, íbamos corriendo o disimulado a compartirle a los demás». Esta anécdota, tan sencilla, encapsula la esencia de su hermandad: una reciprocidad innata donde el egoísmo no tenía cabida. 

Los juguetes y la ropa eran de todos, aunque siempre respetaban ciertas posesiones personales. La cooperación superaba a la competencia. Víctor Hugo rememora cómo las cometas que construían tenían una particularidad: la suya siempre llevaba la letra H.

Un pequeño detalle que, sin necesidad de palabras, marcaba una identidad individual dentro de un grupo. Esta sana forma de convivir los preparó para la vida, inculcándoles resiliencia y empatía. «Lo más valioso y lo más desafiante de haber crecido como trillizo es entender lo duro y a la vez lo bonito de la vida», reflexiona Víctor Julio, añadiendo que «el crecer con muchas limitaciones, necesidades y a la vez saber compartir, disfrutar de la hermandad, son cosas que nos hizo madurar tempranamente». 

Anécdotas que marcaron la vida de los trillizos 

El hecho de ser trillizos dio lugar a situaciones inolvidables, muchas de ellas cómicas, que han cimentado el lazo entre ellos. La más recurrente, sin duda, es la confusión de identidad. Víctor Julio recuerda varias, como en el Registro Civil y durante el juramento a la Bandera.

Pero la anécdota más emblemática involucra a su profesora de Inglés en el colegio. Ella, para no repetir sus nombres, les puso un apodo inolvidable: «Contreras al cubo». Un día, en un examen, los tres decidieron firmar solo con el nombre de «Víctor». Sacaron notas diferentes, pero la profesora, sin poder distinguirlos, les puso a los tres la calificación más alta.

Víctor Rolando también tiene su propia historia de confusión, aunque menos graciosa en el momento. Siendo niños, su madre los corregía por alguna travesura. «Me tocó a mí recibir la reprensión, y cuando ya tocaba a mi otro hermano, pues otra vez me tocó a mí», ríe al recordar. Tuvo que decirle a su madre que ya le había tocado. Estas experiencias, aunque incómodas en el momento, se han convertido en recuerdos valiosos que celebran su vínculo único. 

Las confusiones se extendieron hasta la adultez. Víctor Hugo cuenta cómo una chica en la universidad lo detuvo para preguntarle sobre una reunión, pensando que era su hermano Julio. Ella se enojó cuando él intentó explicarle que se equivocaba. Las anécdotas continuaron en el ámbito laboral, cuando él y su hermano Rolando trabajaban en la misma empresa, Mundo Digital.

La chica del Colibrí, como Víctor Hugo la llamaba, se le acercó a Rolando para entregarle un helado, convencida de que era Víctor Hugo. La situación fue tan memorable que se repitió dos veces, ante las risas de todos en el trabajo.  

La pasión del fútbol une a los trillizos 

A pesar de haber elegido caminos tan distintos en la vida —uno cuenta historias, otro crea imágenes y el último guía almas—, su conexión es inquebrantable. Uno de sus lazos más fuertes es la pasión por el fútbol y su amor por el Barcelona S.C.

Aunque su afición no es algo de toda la vida, se cimentó en un momento clave: la Copa Libertadores 98 que el equipo ecuatoriano jugó. Esta pasión, tardía, fue inculcada por un cuñado y se fortaleció con un álbum de la historia de los mundiales. Aún sin una figura paterna que les transmitiera el amor por el deporte, lo descubrieron juntos, otra experiencia compartida más.

Pero si hay un talento que verdaderamente los une, ese es el dibujo. Desde pequeños, pasaban horas dibujando animados. Rolando era el más talentoso, Julio el más detallista y Hugo el más experimental. Un hobby que, incluso en la adultez, les recuerda su unidad y la admiración que sienten el uno por el otro.  «No éramos conscientes de que si era algo malo o bueno hacerlo, había inocencia y también reciprocidad, lo importante era estar bien, sentirnos bien», afirma Víctor Hugo sobre la cooperación que existía entre ellos desde la niñez.

Una madre que los supo educar 

La familia Contreras Andrade creció bajo el cuidado de una madre viuda y luchadora.  Los tres hermanos coinciden en que la base de su unidad reside en la educación que les dio su madre, con la ayuda de sus hermanas mayores. «La clave fue educarnos con firmeza», explica Víctor Julio. Su madre, a pesar de la ausencia de recursos, les enseñó a ser unidos, a compartirlo todo. Víctor Hugo recuerda que ella les decía que él era el corazón, Julio los pulmones y Rolando el cerebro. Una metáfora de su interdependencia.

Víctor Rolando subraya que la formación espiritual que recibieron fue fundamental, así como los valores de respeto y honestidad. Hoy, con la ausencia de su madre, ellos siguen atesorando esa enseñanza. La complicidad, la capacidad de entenderse casi sin hablar, y el apoyo incondicional son, para Víctor Hugo, los regalos más valiosos de haber crecido como trillizo.

«No cambiaría nada, adoraría un eterno retorno», concluye Víctor Hugo, un sentimiento que resume la gratitud y amor que los tres sienten por haber vivido una vida en triplicado. 

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