La catedrática de Psicobiología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), María Cruz Rodríguez, explicó que el estrés durante el embarazo puede moldear el cerebro y el comportamiento desde antes de nacer.
Según dijo, experimentos realizados en ratas demuestran que el estrés crónico durante la gestación provoca la “feminización en machos” y “masculinización en hembras”.
Así influye el estrés durante el embarazo
“En el modelo experimental con ratas hemos comprobado que el estrés crónico durante la gestación aumenta el número de neuronas en hembras y lo reduce en machos en los mismos núcleos cerebrales, alterando el patrón característico de cada sexo”, afirmó Rodríguez.
Este fenómeno se refleja igualmente en los valores hormonales. Esto, porque disminuye la testosterona en machos y el estradiol en las hembras, unos cambios neuroendocrinos que se manifiestan en su conducta parental. “Las hijas de madres estresadas, al llegar a adultas, no mostraron comportamientos maternales. Mientras que los machos manifestaron conductas de cuidado típicamente maternales“, aseveró la investigadora.
Señala que estos hallazgos apuntan a que el estrés perinatal altera los circuitos cerebrales implicados en las respuestas afectivas y los vínculos de cuidado. Además, que estos efectos, observados en roedores, tienen “paralelismos” con lo que sucede en las personas.
“En mujeres que sufrieron situaciones de estrés crónico durante el embarazo -como violencia doméstica o refugio en contextos de guerra- se observan dificultades para establecer contacto físico y afectivo con los recién nacidos, algo que influye en el desarrollo emocional y social de sus hijos”, dijo Cruz.
Todo ello sucede debido a que el aumento del cortisol en madres humanas, o de corticosterona en las ratas. Esto, porque modifican el ambiente hormonal del feto y desencadenan alteraciones cerebrales y conductuales.
Más sobre la investigación
Para investigar estos mecanismos, el equipo de la UNED desarrolló un modelo experimental basado en la exposición controlada de ratas gestantes a tres factores de estrés ambiental. Estos fueron luz, calor e inmovilización, durante 45 minutos diarios en el último tercio de gestación.
Este modelo fue consensuado internacionalmente y permite analizar cómo las experiencias prenatales impactan en el desarrollo posterior del comportamiento parental. Se trata de “una conducta clave para la supervivencia de la especie“.
La UNED recordó que inició esta línea de investigación hace más de tres décadas, y que el salto a humanos se produjo en colaboración con la Universidad Estatal de Rutgers en Nueva Jersey (Estados Unidos) y la financiación de los Institutos Nacionales de Salud estadounidenses.
Los resultados en humanos son “tan relevantes como esperanzadores”. Estos señalan que las diferencias tradicionales entre madres y padres en el cuidado del recién nacido tienden a desaparecer cuando los padres se exponen “más y mejor” a los estímulos de sus hijos.
“Podríamos decir que las diferencias que nos da la biología, la cultura o la educación pueden eliminarse”, concluyó la catedrática. Además, resaltó que el cuidado parental está lejos de ser un mero instinto, y que se trata de un “delicado” equilibrio biológico y emocional.
Es por ello por lo que proteger a las madres y a sus hijos desde el primer momento es “esencial” para su bienestar y para el futuro de la sociedad.