Faltaban pocos minutos para la medianoche cuando Mercedes Pita decidió enviar su postulación. Dudó hasta el último minuto. “Eso es imposible, no me van a elegir”, se repetía. Pero el correo electrónico se fue. Una semana después, ya estaba frente a la pantalla en una entrevista con la Embajada de China. Y otra semana más tarde, tenía la visa estampada en su pasaporte.
El 22 de junio subió a un avión en Quito con una maleta cargada de ilusiones y un viaje de 25 horas por delante. China la esperaba. Todos los gastos los pagaba el gigante asiático.
El encuentro de 27 voces en China
Pekín la recibió con la solemnidad de una capital milenaria y moderna a la vez. En un instituto donde viviría durante dos semanas, Mercedes se encontró con otros 26 periodistas de nueve países de América Latina. Un mosaico de acentos y miradas, unidos por un mismo objetivo: conocer cómo se narra China desde China.
Las mañanas estaban llenas de conferencias sobre desarrollo, comunicación, cine y televisión. Los conferencistas hablaban en mandarín; las jóvenes traductoras —estudiantes de español— transformaban cada palabra en historias comprensibles. En las tardes, el aula se trasladaba a la ciudad: la Gran Muralla, casas de té, templos, avenidas que combinaban tradición y futuro.
Anji: la ciudad de bambú
Uno de los momentos que más la marcó fue el viaje a Anji, conocida como la capital del bambú. “Era como entrar en la ciudad perfecta”, recuerda Mercedes. Allí, las casas, los muebles, los utensilios, hasta los cepillos de cabello estaban hechos de bambú (caña guadua en Ecuador). Todo parecía un equilibrio imposible entre naturaleza y tecnología.
En una plaza china, leyó una inscripción en piedra: “Las aguas claras valen tanto como el petróleo”. Era la metáfora viva de un modelo que presume de sostenibilidad sin renunciar al progreso.
El arte del regateo
En Pekín, la modernidad convivía con escenas casi teatrales. En los mercados y hasta en centros comerciales, Mercedes descubrió el arte del regateo. Un celular podía costar mil yuanes al inicio y terminar en cien, después de una coreografía de gestos, risas nerviosas y frases improvisadas en inglés.
“Me decían amiga tacaña”, ríe. Ella respondía con un “no money, no money” que siempre lograba arrancar una sonrisa. Al final, salió con una cámara GoPro a 35 dólares, lo que en Ecuador costaría seis veces más. El regateo solo ocurría entre comerciantes y los extranjeros. En las tiendas modernas nadie hablaba de billetes. Todo se pagaba con el celular, con la aplicación Alipay. El dinero en efectivo era apenas un recuerdo.
Postales de perfección de Pekín
Mercedes admite que el viaje estaba diseñado para mostrar lo impecable: calles arboladas, avenidas limpias, seguridad absoluta. “No vimos mendigos, no vimos animales callejeros”, dice. Todo era ordenado, planificado, casi perfecto. Mostrar la mejor cara posible de un país que no deja de crecer.
Ese país que ha sacado de la pobreza a aproximadamente 800 millones de personas en las últimas décadas. Este logro se ha visto impulsado por reformas económicas y políticas implementadas desde finales de la década de 1970, incluyendo el programa de «Reforma y Apertura».
Sin embargo, lo que más atesora no fueron las postales de perfección, sino los lazos humanos. “Con los colegas armamos una hermandad. Éramos 27 desconocidos que terminamos sintiéndonos de toda la vida”. Tanto así, que ya piensan en un reencuentro en Panamá.

El regreso a Ecuador
El 9 de julio volvió a Ecuador con algo más que recuerdos. En la maleta venían un peine de bambú, un par de carteras que en Ecuador costarían más de 300 dólares, pero que en Pekín no superaron los 30. Algunas compras fueron fruto del regateo.
Pero lo esencial estaba en la memoria: las conversaciones con sus colegas, la imagen de Anji cubierta de verde, la experiencia de vivir en un país donde el futuro parece alcanzable con la punta de los dedos. Hoy, Mercedes invita a otros a postular a estas becas que se encuentra en la página web de la Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación (Senescyt).
No es solo fue un viaje. Es una manera de entender cómo otro país cuenta su historia y de preguntarnos cómo contamos la nuestra.