En 1978, el mundo del cine quedó sacudido por una película que se atrevió a mirar al infierno de frente. Expreso de medianoche, dirigida por Alan Parker y escrita por un joven Oliver Stone, no solo narraba la odisea de un estadounidense atrapado en una cárcel turca. También abría la puerta a una tormenta cultural y diplomática.
La historia parte de un hecho real: Billy Hayes, un estudiante norteamericano, fue detenido en el aeropuerto de Estambul en 1970 con dos kilos de hachís pegados a su cuerpo. Lo que parecía un error juvenil lo condujo a un laberinto judicial implacable: primero, una condena de cuatro años; luego, de golpe y sin previo aviso, una cadena perpetua. La película convirtió aquel descenso al infierno en un viaje visceral, narrado con la crudeza que Hollywood podía dar.
Una película ganadora y controvertida
Oliver Stone, que buscaba consagrarse como guionista, tomó la experiencia de Hayes y la transformó en un relato de supervivencia extrema. En pantalla, interpretado por Brad Davis, el protagonista no solo enfrenta barrotes y sentencias injustas: también torturas, abusos y la deshumanización absoluta de la prisión turca. Esa decisión narrativa convirtió a Hayes en mártir y a Turquía en verdugo.
El impacto fue inmediato. El público aplaudió con fuerza. La Academia de Hollywood premió el guion en 1979 con el Óscar. La crítica elogió la intensidad emocional y las secuencias inolvidables, como la persecución frenética por las calles de Estambul. La película se transformó en un clásico de culto, un retrato oscuro que marcó a generaciones.
Pero en Turquía, la reacción fue diametralmente opuesta. El gobierno la consideró una caricatura ofensiva, una afrenta cultural que mostraba al país como cruel y salvaje. La cinta fue prohibida hasta 1993 y las heridas quedaron abiertas. Incluso el propio Hayes, décadas después, reconoció que la versión cinematográfica había distorsionado su vivencia: “No reflejaba justamente ni mi experiencia ni la realidad del pueblo turco”, dijo en una visita a Estambul.
Las disculpas por el exceso dramático
El tiempo obligó también a Oliver Stone a dar un paso atrás. El ahora aclamado director de cine, en una entrevista con un periódico, admitió que había “dramatizado en exceso” para captar la atención del espectador. “Oí que los turcos estaban enojados conmigo y no me sentía seguro allí”, confesó. Alan Parker, por su parte, también se disculpó públicamente. Pero la polémica ya estaba escrita en la historia del cine.
Hoy, Expreso de medianoche sigue siendo un espejo incómodo. Es, a la vez, un triunfo narrativo y un recordatorio del poder —y el peligro— de la ficción cuando toca sensibilidades nacionales. Es cine que arde, que divide, que sobrevive al paso del tiempo.