El pasado viernes, 10 de octubre, para muchos migrantes ecuatorianos que residen en Estados Unidos no importó el marcador, ni el cansancio, ni las cuatro horas de carretera. Lo que vivieron los compatriotas que viajaron desde Dallas hasta el estadio Q2 de Austin fue una auténtica fiesta tricolor. En caravana, con banderas, pitos y camisetas amarillas, un grupo de migrantes ecuatorianos convirtió la noche del viernes en una celebración de identidad y orgullo nacional.
«Salimos desde temprano para llegar juntos», contó una de las asistentes, todavía con la garganta afónica de tanto gritar. Viajaron en varios autos, familias enteras que aprovecharon el fin de semana para reencontrarse con su selección, compartir comida, música y emociones. «Fue como llevar un pedacito de Ecuador en el carro», dijo entre risas una joven que ondeaba su bandera desde la ventana.
Y si de ondear banderas se trata, Jennifer Chacón exhibió con orgullo, desde las gradas, la de Santo Domingo de los Tsáchilas. Ella calificó la jornada como «maravillosa», según nos contó en un post de la red social Instagram. «Nuestro corazón estaba tan alegre que soportábamos todo. Mis cachetes rojos como tomate, representantes netos de los que somos bien alimentados en nuestro querido Ecuador, a punta de verde y pescado», posteó en su cuenta personal.
Migrantes ecuatorianos celebraron con música y comida tradicional
Las entradas costaban alrededor de 60 dólares, pero para muchos valían mucho más. Era la oportunidad de ver a la Tri en vivo, de cantar el himno con la mano en el pecho y de sentir que, por 90 minutos, el país entero estaba allí, frente a ellos. «Gritamos de lo lindo, hasta cuando nos empataron«, admitió otra joven que viajó con sus primos. «No ganamos, pero igual valió la pena. Estar todos juntos, ver a Enner meter ese golazo… eso no se olvida».
En el estacionamiento del estadio, la previa fue casi tan intensa como el partido. Sonaban tecnocumbia y pasillos desde las bocinas de los carros. Algunos llevaron empanadas, otros chifles y gaseosas, y hasta hubo quien improvisó un «miniasado» con bandera incluida.
Durante el encuentro, el entusiasmo no decayó
Cada pase, cada atajada, cada falta sufrida por la Tri era motivo de gritos, aplausos o reclamos al árbitro. Los ecuatorianos se mezclaron con hinchas estadounidenses, pero su grupo —con camisetas amarillas, azules y rojas— no pasó desapercibido. «Nos veían y sabían que éramos de Ecuador, porque no paramos de cantar», relató otro migrante, todavía con la bandera atada al cuello.
Cuando llegó el empate, algunos se tomaron la cabeza, otros se abrazaron resignados. Pero nadie perdió la sonrisa. «Esto no era solo un partido, era ver a nuestra selección tan cerquita, sentirla viva«, expresó una madre que fue con sus dos hijos adolescentes, nacidos ya en Estados Unidos. «Ellos nunca habían visto a Ecuador jugar en persona. Ahora entienden por qué uno grita tanto».
Al final, entre selfies, abrazos y nostalgia, los ecuatorianos emprendieron el regreso a Dallas con la voz gastada y el corazón lleno. «Fue un empate en la cancha —dijo una de las asistentes— pero una victoria para nosotros, los migrantes que seguimos sintiendo a Ecuador en el alma«. (Kike Perdomo – 04)